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Y QUE NOS ECHAMOS EL ROCK DE LA CÁRCEL EN BARRIENTOS

Por Mil Usos del Rock
@sergiofloramx

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Episodio 1

Un viernes de agosto, a muy temprana hora (para un músico, periodista de rock y vampiro de la noche, las 9 de la mañana son madrugadas) impartimos la primera clase de composición musical, en el penal de Barrientos.

Nunca había entrado a una cárcel. El estómago, si acaso con un café medio tibio (por las prisas de llegar puntual) y un par de galletas, lo sentía comprimido como cuando te preparas para recibir un buen madrazo en el ombligo. Creo también le llaman sentir nervios, o algo así.

La noche del jueves no sabía qué guitarra alistar para el día siguiente, si la de viaje (una guitarra de madera muy pequeña pero que suena como Diosa Griega) o la electroacústica. Todo me hacía dudar. ¿Cómo rompería el hielo con los y las internas? ¿Se puede romper el hielo en la cárcel?

Cuando interpreto una de mis canciones llamadas ‘Dicen’, siempre la anuncio: “Dicen que lo malo de morir de amor es que no te mueres”. Pero ¿y si una mujer está en ese infierno por haber matado a su esposo o a la amante de su esposo por un mal de amores? Esas dudas me sacudían. Sabía que tenía que medir mis frases de cajón.

Mi cerebro recuerda cada detalle de ese viernes, segundo por segundo, imagen por imagen, cada una de mis palabras y las miradas completamente expectantes de mis alumnos, sus reacciones.

Primero fuimos a la sección femenil, hicimos un círculo con sillas en la cancha de basquetbol y cuando de mi boca salió la primera palabra, el silencio se hizo absoluto. Hasta se escuchaba una pequeña brisa a lo lejos, en ese cielo que se pinta de azul para todas las personas por igual. El cielo no conoce de delitos ni condenas. Ante esos 60 ojos féminos, que traspasaban la guitarra y mi garganta, entoné la mejor versión de ‘Feliz-Triste’, con esa nostalgia que quizá ellas sienten a diario y que me contagiaron sin piedad. Me llevo sus aplausos sinceros y su atención sepulcral para el resto de mi vida.

Entoné ‘Dicen’. Obvio omití la frase que tiene que ver con el trágico mal de amores, y me limité a decirles que esa canción habla de los momentos en que comienzas a dudar de tu pareja y le cuestionas: “Dime que no lastima un amor así”. Ellas hicieron un coqueto “uuuuuuh”, y me arranqué como José Alfredo (pero sin tequila, ¡chale!). Terminé con ‘Mar afuera’, una canción con un tono esperanzador que refiere a conquistar tus miedos como lo hace un surfista ante una ola gigante.

Al final, una señora me dijo que esperaba ansiosa mi segunda clase. Tres chicas nerviosas sacaron cuaderno y pluma y me pidieron que les anotara la letra de los temas que interpreté: “Al menos el título”, acotaron, mientras las demás se iban cada una con su silla blanca hasta perderse en una habitación donde están las celdas, sin acceso a talleristas.

Al igual que Lupita, la amiga que me invitó a dar el taller, a mí no me interesa saber por qué están ahí, o qué hicieron. ¡Noooo! ¿A quién quiero engañar?, soy un curioso, un maldito curioso que sólo sabe componer canciones.

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Episodio 2

Sí, soy un pinche curioso, un curioso que de niño se tapaba los ojos con los puños abiertos para ver entre los dedos las escenas de cama de las películas de ficheras del canal 9. Esa misma curiosidad hizo que mis ojos escanearan todo cuando entramos por esas frías escalinatas y grueso portón de fierro viejo de la cárcel.

Quizá porque mis dos acompañantes ya entran como ‘Juan por su casa’ al temido penal, la revisión estuvo lejos de ser lo que imaginaba: no terminé en calzones, ¡Fiuuu! Creía en esa pesadilla en la que un señor con guantes de látex te busca droga en el culo pero no, ni mi estuche de la guitarra me basculeó (pude haber metido sustancias o libros). Pasamos limpios filtro tras filtro con una marca morada que te ponen en el brazo derecho que significa: ¡libertad!

Cuarto, quinto filtro de seguridad y ahí están los presos, algunos de los cuales reconocen (a lo lejos) a María (mas pálida que Leandro Augusto y que coordina varios de los cursos que se ofrecen en esa cárcel) y a Lupita, también periodista como el Mil Usos del Rock.

Miles de cosas suceden al mismo tiempo como en marabunta. Presos vestidos de azul (procesados) y café (sentenciados) hablan en teléfonos de tarjeta sabrá el Diablo con quién; otros te venden cajitas de madera “pa’ alivianarme patrón”, me dijo un señor flaco como palo de escoba, de unos 65 años; algunos más practican la escolta como si estuviéramos en la secundaria 98, y otros simplemente te observan cual sujeto extraño que no embona en ese inframundo que escupe histerias de todo tipo.

Esa mañana de agosto, Barrientos aún luce los estragos del más reciente motín. Hay botes de pintura y escobas al por mayor. Trabajos de albañilería y mantenimiento son realizados por mismos internos, que aún tienen en la cabeza las imágenes de ese ardiente día, que, se dice (nadie vio nada), dejó un muerto y un prófugo. Al final, hay que volver a levantar la ‘casa’ después del temblor.

Por ello nuestra primera clase de composición musical es en una estancia polvosa que recuerda más a unas ruinas que a un salón o biblioteca (como se tenía previsto). Como lo hice antes, por una hora, en la sección femenil, les hablé a los varones de mis métodos arcaicos para componer canciones: con acordes muy básicos se pueden componer grandes piezas musicales, sino pregúntenle a Juan Gabriel, quien también llegó a dormir en una fría celda.

Cuando caminábamos de la sección de mujeres hacia la de hombres, por esos pasillos por los que se ven los lavaderos, la intimidad de la prisión, la verdadera realidad de la cárcel y no la cara ‘bonita’, que es donde se realizan los talleres, vi a lo lejos un rostro conocido. ¡Era increíble! De esa comunidad de cinco mil personas, un amigo preso desde hace cinco años era de los 30 hombres a los que les contaría mi historia, mediante el curso de composición rockera.

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Episodio 3

Y ahí estaba ese viejo conocido esperando afuera del salón en ruinas.

Una noche antes de mi visita a Barrientos, informé en mis redes sociales que iba a comenzar un curso de composición musical en dicho penal y algunos de mis amigos aprovecharon para pedirme que saludara al buen ‘Jez’, preso ahí desde hace un lustro.

Y aunque les aseguré que lo haría, la verdad es que algunos aún dudábamos de su paradero. Había rumores de que en realidad nunca pisó la cárcel y que se encontraba en su casa de Acapulco, a la que me invitó el día que lo conocí (única vez que lo vi en mi vida).

La fría realidad era que no, ahí estaba el viejo conocido y amigo de mis amigos, de pie y en la espera de esa sesión de rock acústico que les impartí a lo largo de 60 minutos. Me reconoció hasta que empezaron a sonar nombres de amigos en común, y por un fin de semana de excesos, pocos meses antes de que él entrara a prisión, que protagonizamos juntos entre incontables caballitos de tequila y vasos de cerveza.

La clase comenzó, yo sentía su mirada. Era una mirada muy diferente a la de los otros 29 alumnos. Y es que él era uno de los míos, de mi pandilla, encerrado ahí por cosas de la vida, errores o destinos, malas bromas que te cuestan muy caro. Su mirada era diferente y quiero pensar que también escuchaba algo diferente en mis canciones: quizá le vino a la memoria esos momentos de libertad, de juventud desenfrenada y honesta amistad que se vive allá afuera. Lejos.

Otro preso me apoyó interpretando algunas canciones populares, las cuales las cantamos entre todos con efervescencia, como si estuviéramos lejos de la cárcel, en una bohemia en la montaña, con fogatas y tragos de ron blanco para espantar el frío.

Uno más sacó de su bolsa una carta, que en realidad era un poema inspirado en el pasado motín que vivió Barrientos. En esa hoja arrugada no se escondían los temores ni los miedos que se viven ahí adentro. No se escondían las angustias, no se escondían las revueltas.

El rock de la cárcel daba a luz. Eran los últimos momentos de mi primera visita. Dimos un fuerte aplauso para todos nosotros, por nuestra entrega, por esa lucha diaria, por esa hora de música y olvido.

Los filtros de seguridad ahora van en sentido contrario hasta llegar a la última puerta. Atravieso el portal, camino por la banqueta y me tambaleo embriagado. Soporto los embates, toso con fuerza y escupo varias veces. Viene a mi mente una de mis canciones: “Y el lado más galáctico del sol llega a ti”: supongo ese es el grito desesperado de la libertad.

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ENCORE: Este Viaje Psicotrópico bien se puede acompañar con canciones de fondo como ‘Jailhouse Rock’ en voz de Elvis Presley, o ya de perdida en la versión de Los Teen Tops, ‘El Rock de la cárcel’, con Enrique Guzmán como líder rocanrolero.

ELVIS PRESLEY

ENRIQUE GUZMÁN

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Foto: Tomada de Twitter de la banda.